Un grano de 65 mil millones de Euros.

Decenas, si no cientos de productos deben su internacionalización al descubrimiento por parte de Cristóbal Colón en 1492, del continente americano. Las patatas, los tomates, los pavos, el malicioso tabaco y hasta la incómoda sífilis, son algunos de los más famosos bienes que encontraron un fabuloso mercado entre los habitantes de la vieja Europa que pronto los adoptaron y adaptaron a sus cocinas y estilos de vida, para bien o para mal. Entre ellos se encuentra uno que, aquellos que me conocen bien, saben que no está entre mis favoritos, pero es tal la pasión la que los humanos le brindan y tan importante la industria de su producción, manufactura y consumo, que no puedo dejar de escribir unas líneas sobre el chocolate.

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No es nada nuevo para la mayoría que el chocolate es originario de México y que se obtiene del fruto del cacaotero, el Theobroma (del griego “alimento de los dioses”) cacao, árbol de la familia de las Malvaceas. Tampoco descubro el hilo negro al decir que los aztecas lo popularizaron entre los pueblos de la Mesoamérica precolombina, aunque su uso se retrae hasta los mayas y otras civilizaciones cientos de años antes. Lo que sí puede sorprender al lector, es tanto la forma en la que lo consumían y el estatus cuasi-sagrado que la mayoría de aquellos pueblos le otorgaban.

Para empezar, el grano del cacao era un bien muy preciado en la sociedad azteca, ya no sólo como alimento, sino como medicina contra innumerables enfermedades, como afrodisiaco e incluso como método de pago, con el que 30 o 40 granos de cacao comprarían un conejo y cien granos eran suficientes para hacerse dueño de un esclavo. Pocas personalidades podían permitírselo, entre ellos el emperador y su corte, pero también a los guerreros se les convidaba la bebida antes de dirigirse a la batalla. cacao_0

Los aztecas consumían el brebaje sin azúcar, pues esta no llegó a las costas americanas hasta que, casualmente, las llevó Colón en su primer viaje. El chocolate azteca se bebía con agua y sin ningún edulcorante, y de ahí su nombre, xococ del náhuatl “agrio”, y atl (hay más versiones sobre el origen etimológico de la palabra, pero esta es la que más me convence), agua en la misma lengua. Más raro aún es el hecho de los indígenas acostumbraban a mezclar la bebida con chiles (guindillas), lo que seguro sería una bomba para sus estómagos. La leyenda cuenta que Moctezuma bebía hasta 50 copas de xococatl al día, y muy especialmente antes de visitar a sus concubina, aunque cuesta trabajo creerlo pues el pobre pasaría más tiempo en el baño que en el harem. No obstante, no puede negarse que el chocolate es un elixir que puede derretir los corazones más duros y calentar las sábanas más frías. Uno de los grandes cronistas de la conquista, el toledano Francisco Cervantes de Salazar, nos cuenta que, debido a su sabor poco agradable, los españoles sólo le cogieron gusto a la bebida cuando le añadieron azúcar. No tardarían en llevarlo a la península.

No se sabe a ciencia cierta si fue el mismo Colón (dudoso, pues aunque el almirante si llegó a ver el grano, creyó que eran almendras) o Hernán Cortés, que fue recibido por el emperador Moctezuma con copas de chocolate, quien llevó los primeros granos de cacao a su nativa España. Lo que sí sabemos es que para finales del siglo XVI, los españoles pudientes disfrutaban del chocolate más que casi ningún otro ingrediente importado de las Américas, gracias a un constante suministro vía marítima desde el puerto de Veracruz en la Nueva España. Después de cierto tiempo en el que guardaron muy bien la receta, fueron también los españoles los que se encargaron de difundirlo a toda Europa.

Mucho tuvieron que ver en la expansión del chocolate dos infantas españolas,  Ana de Austria (hija de Felipe III de España y esposa de Luis XIII de Francia) y María Teresa de Austria (hija de Felipe IV de España) que llevaron consigo la recta del chocolate a la corte en París, que no tardó en apuntarse a la moda, sirviéndolo en bellas tazas de porcelana en fastos organizados por las damas de la nobleza en sus lujosos palacios. Los italianos deben agradecer a los monjes jesuitas por haberles llevado la receta, y los mismos religiosos se encargaron exclusivamente durante décadas de su producción en las regiones transalpinas.

La dispersión geográfica de esta novedad gastronómica diversificó su recetario, impreso por reposteros y fabricantes de tantas culturas como países, y añadió nuevos complementos y métodos de manufactura. A partir de principios del siglo XIX, el advenimiento de la revolución industrial dio un empuje al uso de máquinas de vapor en la producción del chocolate, aumentando la oferta y permitiendo que las clases medias pudieran subirse al carro de la adicción. Dicho paso llegó de la mano de Joseph Storr Fry cuando, trabajando para la empresa chocolatera familiar, introdujo un motor Watt a vapor para la molienda mecánica del cacao.

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El siguiente hito en la historia de nuestro oscuro sujeto tuvo lugar en la misma fábrica de la familia Fry en Bristol, Reino Unido en 1847, con la primera barra de chocolate tal y como la conocemos actualmente. En 1873 los hijos de Joseph Fry deciden continuar la tradición innovadora presentando al mundo el primer huevo de Pascua de chocolate, pieza que ha vendido miles de millones de unidades por todo el mundo.

Para entonces España, arruinada y deprimida, se había quedado atrás en la carrera empresarial del chocolate, especialmente en la manufactura de bombones y barras, aunque la entrada del chocolate como ingrediente en la repostería aseguraba la presencia del dulce en las cocinas españolas. Gracias a empresas como Chocolates Matías (1825), Chocolates Valor (1881) y Lacasa (1862), la industria vuelve a repuntar en un país aún intentando encontrar su lugar en el mundo.  Sin embargo, hay una rama en la que los españoles mantuvieron su posición de liderazgo, tanto en la fabricación como en el consumo, y ese fue en la bebida del chocolate caliente. Prácticamente la primera forma de consumirlo, la bebida siempre estuvo entre las favoritas de la península, y entre otros avances, destacan el lanzamiento de Cacaolat en 1931, una bebida de chocolate con leche, y de Cola-Cao, que en 1945 introdujo un polvo de chocolate que aún reina en el colectivo infantil de nuestro país. Beber una taza de chocolate caliente con churros después de una noche de marcha, sigue siendo una de las tradiciones más españolas.

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No hay país en el mundo en el que niños y mayores no disfruten alguna de sus modalidades, ya sea en líquido, sólido o cremoso, caliente o frío, en barras, helados, bombones, galletas o tartas. Actualmente los humanos consumimos cinco mil millones de kilos al año en un negocio que mueve más de sesenta mil millones de Euros. Para ser un grano insignificante originalmente utilizado para preparar una bebida amarga pero sagrada, el muy mexicano chocolate ha llegado muy lejos.