No, no se trata de Grecia, ni de Portugal, ni de España. Tampoco es este un artículo dedicado a Jean Marie Le Pen, por muy europeo que sea y enfermo que esté. El Viejo Enfermo de Europa, tal y como se le conocía a principios del siglo XX, era el Imperio Otomano, una entidad política multiétnica, multicultural, esparcida por tres continentes y que, antes de su agonía, había dominado el Medio Oriente durante casi 600 años. Su expansión a costas del derrocado Imperio Romano de Oriente, fue impulsada por la ciega fe de sus soldados en el paraíso, guiada por la creencia en las enseñanzas de Mahoma y sellada por la solidez de del yugo religioso. No obstante, la cultura otomana, a pesar de sus limitaciones dogmáticas, consiguió florecer en las artes y en las ciencias, heredera de la sapiencia cordobesa y toledana contagiada por las mezquitas del Magreb. Bajo el poder de los turcos, Constantinopla volvió a ser la capital del mundo, cuna y sede de corrientes científicas y artísticas que con su luz alumbraron el camino del renacimiento europeo. Pero nada es para siempre, nada es infinito, y al tiempo que un nuevo siglo despertaba en el resto del mundo las ilusiones inherentes del progreso, la civilización otomana era testigo impotente de su ocaso.
Durante seis siglos el imperio fundado por Osman, y construido por Murad, Mehmet y Sulaimán, dominó la vida económica, política y social de la región, desde Bagdad hasta Bosnia en los Balcanes. Conquistadas Jerusalén y Medina, el sultán otomano era el líder del mundo musulmán, a pesar de la política de tolerancia religiosa seguida por todos ellos. La posición estratégica de Constantinopla, cuya toma por Mehmet en mayo de 1453 marcó el fin de la Edad Media, garantizaba una fuente continua de recursos financieros a través de los impuestos al comercio que fluía por la Ruta de la Seda.
Por otra parte, la estabilidad política garantizaba la paz y la seguridad jurídica de todas las transacciones, apoyada en un código jurídico desarrollado y aumentado por cada uno de los sultanes. Eso sí, la transición generacional se debía a una práctica que a la mayoría de nosotros nos parecería perversa, pero funcionó muy bien en su ápoca. Resulta que al morir Murad, uno de los primeros reyes, nombró en su lecho de muerte a su hijo menor, y no al primogénito como hasta entonces era la costumbre. El príncipe beneficiado, temeroso de que alguno de sus hermanos reclamara el trono, los asesinó a todos, instaurando una tradición fratricida que si bien garantizaba un derramamiento de sangre en cada proceso de sucesión, tenía la perversa consecuencia de eliminar a los pretendientes más débiles, además de asegurar la paz durante el resto del reinado del ganador. Todo ello cambió a mediados del siglo XVI cuando el sultán Sulaimán el Magnífico decidió partir con otra de las tradiciones reales otomanas, y es que el muy inocente se enamoró de una muchacha ucraniana, a la que desposó y con la que tuvo seis hijos. Pero es que además Sulaimán desbandó su harem, vendiendo a las vírgenes al mejor postor y despidiendo a las demás. El harem, por cierto, no sólo funcionaba como paraíso sexual del rey, sino que fungía como centro de reproducción de herederos, donde se elegía y se educaba a los mejores hijos del sultán para ser candidato al trono. El problema de las modificaciones hechas por Sulaimán, es que hicieron volver los fantasmas de la sucesión no organizada, y sus descendientes no se distinguieron precisamente por sus capacidades de liderazgo y administrativas.
Otro obstáculo para el mantenimiento del imperio fue la pérdida del monopolio del comercio con Asia cuando otras potencias europeas abrieron nuevas rutas navegables y el descubrimiento de América, con sus fuentes aparentemente inagotables de riquezas que hicieron olvidar por un tiempo a la seda china. La primera señal de desgaste sobrevino en 1774, cuando Catalina de Rusia peleó y ganó a los otomanos el control de Georgia y Crimea, no sólo por ser la primera guerra perdida del imperio, que ya mellaba su prestigio, sino porque dificultó aún más el paso de las rutas comerciales. En 1798, la invasión de Egipto por parte de Napoleón anunció al mundo que el Imperio Otomano había dejado de ser la fuerza omnipotente de la región.
En 1912, Bulgaria, Serbia, Grecia y Montenegro, que ya habían logrado su independencia del Imperio Otomano en la segunda mitad del Siglo XIX, formaron la Liga Balcánica con la intención de recuperar territorios que dichos países consideraban como propios al estar habitados esencialmente por eslavos. El 12 de octubre, las fuerzas combinadas atacaron al ya “enfermo de Europa” y en menos de un año habían conseguido sus objetivos. Las grandes potencias europeas, que hubiesen preferido ver a los otomanos garantizar la estabilidad de la región, no pudieron hacer nada en su ayuda y aceptaron el fait accompli de los estados balcánicos. Tampoco habían hecho nada en 1908 cuando Austria-Hungría se anexionó unilateralmente Bosnia-Herzegovina, nominalmente todavía parte del Imperio Otomano, lo que enfadó a Serbia y, principalmente, a Rusia, que prometió no quedarse con los brazos cruzados la próxima vez que alguien atacara a sus parientes eslavos. El Zar cumpliría su promesa en 1914.
Dicha anexión fue la causa por la que un grupo de nacionalistas serbios y bosnios fundaron la Mano Negra, una organización terrorista que buscaba la unificación de todos los eslavos del sur, o yugoslavos. Para empezar, tendrían que expulsar a Austria-Hungría de Bosnia, tarea nada fácil, pero con ello en mente, Gavrilo Princip y media docena de colegas se acercaron a Sarajevo con sus pistolas y sus cápsulas de cianuro aquel fatídico 28 de junio.
El Imperio Otomano tuvo un gran dominio en Europa y Asia, pero allí, como en todos los imperios y potencias, llevaban entre ellos una mala política y no dudaban en matar hijos, hermanos y todo aquel que se pusiese en su caminio, ya no existe el imperio otomano, sólo Turquia y creo que no pudo intervenir el la Gran Guerra, por no ser nadie ya, una lástima, y con su gran tozudez sobre la religión (gran destructor sea cual sea su principal dios).
Como siempre tus entradas me encantan…
EL Imperio Otomano si llegó a participar en la guerra Rosa, pero su aportación fue mínima, pues como bien dices, ya no era la potencia de antaño. Eso sí, por haber sido aliado de los perdedores, Turquía perdió mucho territorio, hasta quedarse en las fronteras actuales. Fue precisamente al final de la guerra cuando Kemal Atartuk fundó el nuevo estado laico que conocemos. E imagino que habrás estado en Estanbul…
Muchas gracias por comentar, ya me has alegrado el día, y me hacía falta, pues tengo mucho trabajo por delante…
Otro besito aliado.
Por supuesto que he estado en Estambul, 2 veces y me encanta. y o no lo sabía o quizás no recordaba lo de Turquia participando en la guerra. recuerdo que Turquia se alió con Alemania, pero no recordaba en cual guerra, por eso hay multitud de turcos allí Ves como SIEMPRE aprendo muchas xosas en tu blog? Gracias Muaa!!
Hola Rosa, tú que has viajado pro medio mundo no podrías faltar a Estambul. Menuda ciudad! pero tienes razón, tendemos a olvidar que ellos participaron en ambas guerras mundiales, aunque la segunda en el bando aliado, habrán aprendido su lección.
Un besín a mi mejor comentarista…(con perdón de Francisco)…;)
Uno de los enfermos, para mí el imperio austro-húngaro estaba igual o peor, de hecho militarmente fueron los más desastrosos de todos los contendientes en la guerra, para mí vamos, salvo en el frente alpino dieron bastante pena.
Los turcos, un enfermo, sin duda, que tuvieron el dudoso honor de perpetrar uno de los primeros grandes genocidios de la historia moderna.
Que razón tienes Dessjuest, Austria-Hungría estaba tan o más podrida que Turquía, y sólo se mantenía artificialmente por el apoyo de Alemani, y como también dices, demostró su podredumbre en la guerra. Ya les dedicaremos una antrada en sgosto…
Muchas gracias por la visita y el comentario, y un abrazo para tu bella tierra…
Te agradezco por este recorrido por la historia del imperio enfermo de los Otomanos. Pero me gustaría destacar un punto en cuanto a la competencia y lucha fratricida por el trono otomano, y es que eso el derramamiento de sangre no solo fue protagonizado por el «sucesor» sea primogénito o menor, como dices, si no que también se gestó en el seno del harén, donde las esclavas e incluso la única mujer de Sulaimán, intentaban aniquilar a los demás hijos del sultán para que sus hijos hicieran con el trono, para ello, recurrían a varias estrategias y métodos siempre con la ayuda de las jefas del harén y los eunucos. Como sugerencia, me gustaría mencionarte una de las mejores series turcas que trata este tema y que fue por Erdogan y el parlamento turco: «El harén del Sultán».
Otra cosa es que Turquía perdió mucho al alinearse con los Centrales durante la Primera Guerra Mundial.
Hola Salmaelaz, muchas gracias por tu comentario.
Algo había leído sobre las tácticas de las concubinas para avanzar las posibilidades de sus respectivos hijos de convertirse en heredero. Cada una podía tener un sólo hijo, después de lo cual ya no podría acostarse con el Sultán, y que entre los contendientes se hacía una selección desde niños para criarlos como posibles sucesores. Lo que no sabía era hasta dónde llegaban sus maquinaciones, y menos que se apoyaran en los eunucos. Pero bueno, cosas del Palacio…;)
Tampoco conocí la serie que sugieres, la voy a buscar enseguida y te cuento si puedo verla.
Te agradezco tu valiosa aportación y espero pronto poder contar con tus amables comentarios.
Un cordial saludo.
Buenas tardes J.G, te dejo aquí el enlace de un pequeño trailer de la serie: http://www.youtube.com/watch?v=DVAmXDQc44k
Saludos cordiales
Muchas gracias nuevamente Salmaelaz, ahora mismo le echo un ojo…Un saludo…