De cómo los molinos harineros se solidarizaron con las familias durante la Depresión.

La mayoría de nosotros no pensamos mucho en el origen de los productos que utilizamos en la cocina y en el enorme esfuerzo requerido para extraerlos de la naturaleza y en todas las personas involucradas en los diferentes procesos de elaboración. No es que no seamos conscientes de ello, simplemente que no lo recordamos a  menudo. Lo mismo sucede con otros objetos diarios como la ropa, que no son más que el resultado final de un largo camino que comienza con la plantación de semillas que darán frutos y flores de los que extraemos las fibras para elaborar telas. La historia que hoy os quiero contar tiene que ver con dos de esos recursos utilizados a diario por buena parte de la población, pero más con el espíritu solidario de algunas empresas en un periodo en el que sus clientes tenían dificultades para sobrevivir, sin olvidar su razón de ser.

En algunas fotos se pueden reconocer a los miembros de una misma familia por los patrones en su ropa.

En algunas fotos se pueden reconocer a los miembros de una misma familia por los patrones en su ropa.

La harina de trigo tiene un largo recorrido como acompañante de la civilización humana. Este cereal muy probablemente fue uno de los primeros en ser cultivados por nuestros ancestros en Mesopotamia, y desde entonces es una de las principales fuentes de alimentación en Europa y buena parte de América. Pero incluso antes de descubrir la agricultura, los humanos consumían trigo, molido en forma de harina, para elaborar algún tipo de pan, no muy diferente del que en la actualidad sale de nuestras panaderías. No obstante, para la anécdota que  nos atañe, debemos saltar varios milenios en el tiempo, a mediados del siglo XIX, cuando la harina encontró un socio con un pasado similar, el algodón.

Barriles

Hasta aquellos días, la mayor parte del transporte de productos alimenticios se hacía en barriles de madera, desde grano hasta el vino pasando por frutas pescado y azúcar, pues la madera era un recurso natural abundante y económico, al menos comparado con las alternativas. No obstante, el desarrollo de nuevas técnicas en la industria textil promovidas por la Revolución Industrial, encontró en el algodón un buen sustituto para el embalaje de productos sólidos. No solo se habían diseñado métodos más eficientes de fabricación, Vestido niña saco de harinasino de técnicas más seguras de sellado de los sacos, que hace unos 150 años, se convirtieron en la fórmula más segura y barata de transporte. Las familias pronto lo agradecieron, pues encontraron en los sacos de algodón un material más que apropiado para el reciclaje. Casi desde el primer momento, y en especial en los hogares con menos recursos, la tela proveniente de los paquetes de harina, azúcar o café, encontraron una nueva vida en forma de delantales, trapos de cocina, e incluso ropa interior. A más de alguna cría le sorprendieron en sus juegos mostrando, durante una maniobra saltarina, el sello del molino harinero impreso en el trasero. Y así durante décadas.

Un nuevo brinco en el tiempo nos lleva a finales de la tercera década del siglo XX, cuando la Depresión desatada por la crisis financiera de 1929 hundió aún más las economías familiares y les obligó a rascar más profundo en el bolsillo para cubrir las necesidades mínimas. En aquel entonces, el algodón de los sacos dejó de limitarse a las prendas íntimas y apareció en los vestidos y camisas que los niños llevaban a la escuela, y no sólo en las familias rurales y pobres de toda la vida, sino en las antiguas clases medias que pasaron a engrosar las filas de los más necesitados. El uso de prendas confeccionadas con algodón de embalaje pronto se convirtió en la regla más que en la excepción. Y aquí entran los molinos.

Al descubrir el amplio uso que las familias daban a sus sacos, algunos molineros, en un gesto de solidaridad, pero también de visión empresarial, decidieron imprimir en sus telas patrones y diseños más adecuados para la confección de ropa que para materiales de empaquetados. Flores y figuras hicieron su aparición en los sacos para que aquellos que los utilizaban para vestirse al menos disfrazaran de cierta manera sus estrecheces. Algunos molinos imprimieron patrones más adecuados para toallas o almohadas, con series completas en diversos colores. Además, los productores incluyeron en sus etiquetas instrucciones para hacer desaparecer la tinta de sus logos o fijaron sus marcas en etiquetas de papel que podían ser fácilmente retiradas, y evitar así percances reveladores. Tal popularidad alcanzó la iniciativa que tanto niños como madres comenzaron a coleccionar los diferentes modelos y a preferir aquellas marcas con los mejores diseños, lo que redundó en mayores beneficios también para las empresas harineras.

Dos mujeres comentan frente a sacos de harina, y las instrucciones para eliminar la etiqueta.

Dos mujeres comentan frente a sacos de harina, y las instrucciones para eliminar la etiqueta.

La moda se extendió hasta el periodo de la Segunda Guerra Mundial, cuando las necesidades militares redujeron la disponibilidad de varios productos, y en los sacos aparecieron patrones con dibujos patrióticos como banderas o la “V” de Victoria. Para entonces, ya no era sólo un recurso de las familias más necesitadas, sino un símbolo de apoyo al esfuerzo bélico. Sólo la aparición del plástico y las bolsas de papel pudieron con los sacos de algodón, que para mediados de los años 50 se vieron confinados a los armarios de los coleccionistas. En la actualidad, aún existen esos sacos y se siguen produciendo de manera artesanal principalmente para las comunidades menonitas y amish, muy reacias a los materiales sintéticos. En todo caso, quedarán para siempre en la historia como ejemplo (que deberíamos seguir) de la ingenuidad humana a la hora de reciclar, y como recuerdo del espíritu solidario de un grupo de harineros.

12 thoughts on “De cómo los molinos harineros se solidarizaron con las familias durante la Depresión.

  1. «Recordamos menudo»… ¿recordamos a menudo?
    En un sentido estricto, la crisis econòmica de 1929 corresponderìa al final de la tercera dècada del siglo XX, y no de la segunda (que en realidad serìan los años 1919 – 1920), a no ser que se consideren los años de 1901 – 1910 como «dècada cero» (¿?), aunque supongo que esto parte de cierta costumbre, quizàs algo o a veces bastante arraigada, de comenzar a contar desde cero en lugar de hacerlo desde uno, como si un servidor (con 37 años de edad) dijera que se encuentra aùn en su tercera dècada de vida, cuando en realidad estoy ya en la cuarta (aùn no completa pero que ya ha comenzado desde el momento de haber cumplido 30 años), algo que he visto muy comùnmente en muchas otras referencias y artìculos…

    Por lo demàs, un excelente e interesante artìculo, Jesùs, ¡felicitaciones y un saludo!

    • Uff! muchas gracias amigo/a por llamarme la atención a mis errores; he añadido la «a» y cambiado de segunda a tercera década. Tienes mucha razón en que » a menudo» contamos mal el inicio de un periodo, cuestión cultural o simplemente de mal contar, como creo me ocurrió a mí. Por lo demás, muchas gracias por leerme y por tu amable comentario.
      Un cordial saludo.

      • Al contrario, Jesùs, gracias a ti por la pronta respuesta y por estar siempre al pendiente de los comentarios y mantenernos constantemente interesados en las entradas de tu blog. Cuando mencionè que había visto comùnmente la cuestiòn del conteo desde cero en lugar de desde uno en muchas otras referencias y artìculos, olvidè aclarar que no ha sido obviamente en este sitio, sino en Internet en general e incluso en materiales impresos, y tambièn olvidè firmar el comentario hacièndolo como anònimo pero lo hago ahora, ¡saludos nuevamente! 🙂

        • Estimado Roberto,
          sabía que te referías a algo en común en muchos escritos, y no sólo a mi blog, empezando por el tono amable que utilizaste. La verdad no sé que nos empuja a ello, pero somos muchos los que caemos, y siempre agradezco que los lectores me avisen cuando creen que algo puede corregirse o mejorarse…no sé que haría sin vosotros.
          Eso sí, si le preguntas a otros comentaristas, a menudo tardo mucho en responder, por falta de tiempo mas que nada, pero hoy estamos de suerte y me has pillado conectado. 😉
          Muchas gracias nuevamente y un cordial saludo.

  2. En las películas antiguas y modernas que estaban filmadas sobre los años de la depresión, recuerdo bien lo de aprovechar los sacos como vestimentas, lo de las flores y demás, no me había fijado y lo mismo digo con los amish, ellos recurren a todo lo natural,
    No se que hacen con los actuales pues sacos de harina, haberlos … hailos. Y, no te rias de mi… me gustaría dormir encima de unos sacos de harina u otra clase de cereal… jejejeje…
    El artículo muy bueno, abrazos,

    • Hola Rosa,
      creo que el ser humano tiende a reciclar cuando la necesidad apremia, llevamos siglos haciéndolo, pero la abundancia actual en occidente (unterrumpida por la crisis) nos ha empujado a comprar y desechar sin miramientos. Espero que en el futuro aprendamos a no desperdiciar los recursos que la Tierra pone a nuestra mano, y que haya más ejemplos como el de los molinos en la Depresión.
      Mil gracias por tu comentario. Un besín.

  3. Hola Jesús,
    pues me ha parecido una historia genial que desconocía (como tantas cosas que explicas en el blog) Algunos modelos no eran feos del todo y comparando con algunas de las cosas que se pone la gente en nuestros días podrían pasar incluso inadvertidos. Práctico, solidario y rentable económicamente, qué más se puede pedir a una idea original e innovadora.
    Abrazos, un artículo que disfruté y recordaré.
    P.D. ¿De ahí vendrá lo del hombre del saco? ¡Ja, ja, ja! Es broma…

  4. Leo frecuentemente tus notas, y siempre me quedo pendiente felicitarte por las mismas, muy amenas e instructivas. Mis felicitaciones desde mi lejana Salta.

    • Muchísimas gracias Hugo, espero en el futuro seguir publicando temas que te interesen,
      Saludos hasta Salta! un abrazo.

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