Puede que aquellos lectores familiarizados con la vida diaria en la capital eterna no encuentren nada nuevo al leer este relato, pero la mayoría se sorprenderá, y lo sé por experiencia propia, al saber que en la Roma Imperial se construyeron edificios de apartamentos no tan diferentes a los que habitamos actualmente, al menos en su concepción, y que eran el tipo de vivienda más común entre las clases bajas, medias e incluso los menos afortunados de las élites.
Sólo las familias tradicionalmente más poderosas podían costearse una domus, o casa independiente . Conocidas como insulae, islas en latín, hacia mediados del siglo I, durante el zenit del imperio, más de 40.000 de estas estructuras estaban registradas en Roma pero, al no estar construidas de piedra y mármol como la mayoría de los grandes templos, poco ha sobrevivido de ellas. Visitemos, pues, una ínsula de la segunda mitad del primer siglo de nuestra era.
Visita a los edificios de apartamentos
Aparte del Palatino, un barrio exclusivo donde las mansiones de las más prestigiosas familias ocupaban toda la colina, las insulae están en toda la ciudad, incluso entremezcladas entre otros tipos de construcciones. Casi no existen las restricciones y las había de hasta ocho o nueve plantas, hasta que debido a los numerosos incendios y derrumbes César Augusto las limitó a 70 pes romanos, casi 21 metros, y Nerón, después del gran incendio de Roma, puso el límite en 17,75 metros.
Para nuestra visita nos fijamos en una insula de seis plantas en las inmediaciones del Anfiteatro Flavio, también conocido como el Coliseo, aún en construcción. Tiene una fachada de estuco pintado de un rojo ocrizo que me recuerda al de los ladrillos modernos, aunque en realidad el inmueble está construido con ladrillos de lodo sobre una estructura de madera. Los cimientos de estos edificios de apartamentos son prácticamente inexistentes y es raro ver una columna o castillo sólido que sirva de apoyo, por lo que los derrumbes son muy comunes, demasiado.
A la calle…
En el nivel que da a la calle, y nuevamente de manera similar a la costumbre actual, hay varios locales ocupados por diversos negocios, entre los que distinguimos dos tabernae llenas de ciudadanos tomándose el aperitivo, una tienda de telas bien surtida y lo que parece ser el taller de un herrero, a juzgar por las armaduras, espadas y otros artefactos de hierro tirados a la entrada, y por el incesante martilleo del metal exprimido entre mazo y yunque.
Justo por encima de las tabernae, en la primera planta, se extiende un balcón que llega hasta la esquina, un lujo en aquellos días, en los que los dueños, al igual que hacemos ahora, tienen sus macetas con plantas decorativas y algunas hierbas para cocinar o medicinales.
Más arriba, sólo hileras e hileras de ventanas, de diferentes tamaños y con pocos ornamentos, lo que me indica que los pisos superiores son más modestos. Para poder acceder al edificio he tenido que preguntar a uno de los viandantes, quien me señala una entrada escondida detrás de una pirámide de barriles de vino junto a la taberna que parece tener más gente, y por ahí me escabullo.
Ricos y pobres
Es un pasillo oscuro, húmedo y maloliente, y no pienso quedarme mucho tiempo aquí. Tengo dos opciones, seguir adelante hasta donde se ve una luz, que no es más que un patio central con acceso a más apartamentos, o subir las escaleras, que es lo que más me apetece. La primera planta es un alivio para la vista y para el olfato.
Hay dos puertas de madera decoradas con tallas de escenas campestres pintadas en colores vibrantes, un objeto nada barato, por lo que indica que los dueños de las viviendas son más bien pudientes, algo muy normal en Roma, donde, a falta de escaleras, las propiedades más valoradas son las más cercanas a la planta baja, y mientras más altas, más baratas son de alquilar.
Justo cuando estoy admirando el decorado de una de las puertas, una mujer de mediana edad y no muy delgada, aparece por las escaleras con un bulto entre los brazos y casi se asusta al verme. Es morena y de perfil afilado, probablemente originaria de Siria, y vestida humildemente, por lo que no puede ser más que una esclava. Haciéndome de lado con malos modales, abre una de las puertas y deja ver la estancia principal de la vivienda, como decía, de una familia rica, pero tampoco creáis que está ostentosamente decorada. Mientras la mujer deja sus bultos en una de las habitaciones, aprovecho para husmear por unos segundos.
Decoración
Lo primero que llama la atención es el suelo de la estancia central, un mosaico de colores representando una escena de la vida de los dioses. Distingo a Vulcano con un mazo y partiendo en dos una cabeza y con una mujer saliendo de ella con casco y armadura. Es la representación del nacimiento de Minerva, la diosa de la sabiduría y las artes, lo que me dice que la casa puede pertenecer a algún erudito o artista importante.
No hay peristilo, el jardín central de las domus romanas, por la sencilla razón de que el techo no puede abrirse para recibir la lluvia y la luz. Por la misma causa, las estancias principales no están en el centro del apartamento, sino en las orillas, para recibir toda la luz posible. A la derecha, se ve el tablinum, una especie de sala de estar muy espartana, con apenas una mesita, dos sillas y una estantería con pergaminos y un par de figurillas de barro indistinguibles desde mi posición.
Justo al lado, otra entrada sin puerta a un espacio más amplio con media docena de triclinii, las camillas donde los romanos acostumbraban a recostarse durante los grandes banquetes, así que ese debe ser el triclinium, el comedor.
Más estancias
También hay una mesa de madera con patas labradas en forma de columnas dóricas, un homenaje al arte griego, muy admirado entre los romanos de familias nobles, o de aquellas que querían aparentarlo. Las sillas que la rodean también presumen de una talla algo elaborada, y es ahí donde la familia consume sus alimentos en los días normales. También en el triclinium, hay una especie de estufa de leña con una parrilla encima, no está encendida, pero es donde se cocinan los alimentos, una especie de cocinilla sobre una plataforma de hierro con ruedas en las patas, para poder ser trasladada a cualquier estancia.
La cocina no es precisamente un sitio de importancia para los romanos, y ni siquiera tiene su espacio propio. De pronto, la esclava sale de una de las habitaciones y se me queda mirando con mala leche. Sin decir una palabra y con paso veloz, llega hacia la entrada y casi me rompe el tabique del portazo. Es verdad que estoy cotilleando, pero tampoco le estaba haciendo daño a nadie. En fin.
Frugal
Una planta más arriba, el ambiente es similar, y las tres puertas a la vista también están adornadas, aunque con algo menos de gusto. No se ve a nadie ni se escucha ningún ruido, pero me acerco a una ventana del pasillo que da a la calle y desde ahí puedo curiosear un poco el interior de la cenácula, el nombre que los romanos daban a sus apartamentos. No es muy diferente al de abajo, un poco más estrecho y con la misma planta, pero se ven menos ornamentos y no hay mosaico en la estancia central, sino una alfombra ya algo raída.
En eso, mientras estiro el pescuezo para ver mejor, siento un tirón en la túnica y un fuerte grito. Si no es porque en el último momento me sujeto del marco de la ventana, hubiese caído sobre mis espaldas, y antes de que pudiese girar para reconocer a mi atacante, el golpe seco de un objeto me nubla la vista. Las rodillas se me doblan y pierdo el conocimiento por un periodo desconocido para mí, pero no debió ser muy largo, pero tendremos que dejar lo que sucedió después para la siguiente entrada, pues ya me he comido todo el espacio de hoy y me queda mucho por contar.
Estuve en Roma hace bastantes años y ni entonces ni ahora, tenía noticia de esos insulaes.
No te acostarás sin saber otra cosa más.
Un gran saludo amigo,
Hola Rosa, casi no existen ejemplos de insulae sobrevivientes debido a que la mayoría estaba construido muy primitivamente, y terminaron por derrumbarse después de unos años. Sólo conozco un par en Osstia Antica, hechos de ladrillo y bien preservados. Pero bueno, tampoco es que fuesen bellísimos templos, para eso tenemos el Panteón.
Un besín otoñal…
Hola Jesús,
¡ostras, espero que acabe bien la historia! Este es uno de los aspectos que más me han impresionado siempre de la civilización romana. ¡Qué avanzados eran! ¡Qué ingenio en sus construcciones! Puestos a elegir me quedo con una planta baja, no quisiera arriesgarme a tener que saltar por la ventana del tercer piso si se declara un incendio.
Un abrazo
Jeje, sorpresa, pero sí, saldré bien parado. A mi también me asusta el legado romano que abarca mucho más que las simples cuestiones bélicas. El día a día de la Eterna Capital se parecía en realidad, mucho más a nuestro mundo actual de lo que tendemos a creer.
El jueves añadiremos algunos datos interesantes. Muchas gracias por leerme y por comentar.
Un abrazo.
¡Ey! Nos dejas picados… Bueno, esperamos el resto de la historia. Sólo espero no te dejaran un chichón muy grande después del golpe.
Saludos.
Mucha gracias Paco, no voy a ser un spoiler, pero si puedo adelantar que salgo bien librado de esta…;)
Un abrazo y hasta el jueves!
¿Usaban los romanos las chimeneas? O es un invento posterior. Porque si no las conocían, los techos debían estar siempre sucios.
Hola Dani,
no te puedo dar un dato exacto sobre el invento de las chimeneas, pero si puedo decirte que nunca he visto una, al menos como las conocemos nosotros, en ruinas romanas.
Si encuentro algo te aviso.
Gracias como siempre por comentar.
Un cordial saludo.
Te espero…
Mañana mismo Stella!
Gracias!
No entiendo nada,,,, mis comentarios a veces NO salen y ahora para fastidiar más algunas entradas nuevas de algunos blogeros… me los encuentro en correo no deseado!!!!!!!!!
Hola Rosa,
si me han llegado, lo que pasa es que entre semana lo tengo crudo para responderos. Sorry!
Un beso retrasado, pero igualmente cariñoso…
Gracias por seguir diasdeandar. Me pregunto si todavía en tiempos de Cervantes se entendería por «ínsula» no sólo una isla, sino también un lugar habitado por muchas familias. Saludos desde México.
Un placer Elena, tu blog merece la pena ser leído y seguido, y compartido por toda internet… 😉
Respecto a tu pregunta sobre Cervantes, no tengo ni idea, pero me has pinchado loa curiosidad, a ver qué encontramos,
Muchas gracias nuevamente y un besín para mi tierra.
Que magnífica descripción :)….voy a estar mordiendome los codos hasta el jueves ;(
Hola Fernando, ya están publicadas las tres partes. Ahora estoy en el móvil, pero en un par de horas te paso los enlaces…Gracias por comentar. Un saludo cordial.